El Espíritu de la Tierra / Charlene Spretnak


Pintura de Osvaldo Testoni expuesta en La Casa de la Red

El Espíritu de la Tierra.

Charlene Spretnak.

En 1967 Lynn White, un profesor de historia de la UCLA, publicó en Science “La Raíz Histórica de la Crisis Ecológica”, un análisis crítico de las actitudes que la religión occidental ha fomentado una relación con el medio ambiente. Desde entonces, los ecologistas a menudo han señalado que los mandatos del Génesis, en el sentido de que los humanos deberíamos “sojuzgar” a la Tierra y “dominar” a todas las criaturas de la Tierra, han sido muy malos consejos que han acarreado resultados desastrosos. De hecho, Hill Devall, coautor de Ecología Profunda, frente a muchos ciudadanos declaró en agosto de 1984: “A menos que grandes cambios ocurran en las iglesias, los ecologistas y todos los que están participando en movimientos ecológicos se sentirán muy a disgusto sentados en la mayoría de las iglesias estadounidenses”.

Las diferencias entre la religión judeo-cristiana y la sabiduría ecológica se pueden ilustrar con la experiencia de un amigo mío que alguna vez vivió en un seminario que tenía como paisaje el lago Erie, y en el cual pasó dos años contemplando los sufrimientos de Cristo sin haber notado nunca que el lago Erie se estaba muriendo. Aun cuando el clero católico habla hoy de San Francisco de Asís, que Lynn White lo nombró el patrón de los ecologistas, se preocupan mucho de negar que tengan vínculos con “la mística naturaleza” la cual, por supuesto, los mancharía con “paganismo”.

Aquella religión que se ubica en oposición a la naturaleza y resiste vehemente la desacralización del mundo natural en el entendido de que eso sería “pagano” es algo que no se puede sustentar por más tiempo.

El historiador de las culturas Thomas Berry ha declarado que estamos entrando a una nueva era de la historia humana, la era ecológica. ¿Cómo podría nuestra religión proyectar la sabiduría ecológica y ayudar a la necesidad apremiante de la transformación de la cultura?

Primero, sugiero que el judaísmo y el cristianismo dejen de avergonzarse de su herencia “pagana”, la cual es sustancial y que proclaman sus múltiples lazos inherentes que tiene con la naturaleza.

¿Cuántos de nosotros no sabemos que la Iglesia fija la fiesta de Pascua el primer domingo después de la primera luna llena y después del equinoccio de verano y que la mayoría de las fiestas sagradas judías están determinadas por el calendario lunar? Deliciosamente “paganas”, y hay mucho más. Múltiples símbolos, rituales y nombres con los días sagrados judíos y cristianos. Estos están directamente enraizados en el culto a la naturaleza de la religión antigua. La lista es larga y debería ser motivo de felicitación y celebración entre los cristianos y los judíos.

Segundo, pienso que el movimiento que está habiendo al interior de los círculos católicos, protestantes y judíos, continuará profundizando sus análisis en este campo. Estas personas están realizando una labor muy valiosa al reinterpretar todas las enseñanzas bíblicas sobre el mundo natural y al encontrar la sabiduría ecológica que contrarreste el predominio del mensaje de “dominación”. Todos los que han hablado como parte de ese movimiento han enfatizado que la naturaleza debe ser reverenciada como la creación de Dios que es. De hecho, “una espiritualidad centrada en la creación”, como el teólogo católico Matthew Fox ha puntualizado, es darse cuenta que la naturaleza, incluyendo nuestros propios cuerpos, es la revelación más importante y fundamental de Dios a nosotros. El teólogo protestante John Cobb sugirió unas perspectivas similares en “Teología en proceso” a principios de los años setenta.

Me da mucho animo darme cuenta que una religión basada en el respeto a la naturaleza está apareciendo en numerosos artículos y libros, especialmente en libros como “El Espíritu de la Tierra”, en el cual John Hart estimula al estudio y respeto por las visiones de la naturaleza que la religión autóctona estadounidense tiene, porque esa es la tradición indígena de nuestra tierra, y sugiere una compatibilidad, entre religión y la tradición judeo-cristiana. Sin embargo, ¿por qué sucede que el amor y el cuidado a al naturaleza raramente son incorporados al liturgia, hoy en día? Recientemente revisé un articulo de Harold Gillam aparecido en el san Francisco Chronicle en donde describe una magnifica celebración ecológica que duró 24 horas, empezando al amanecer del equinoccio de otoño y que se llevó a cabo en la catedral gótica de La Grecia, Nob Hill, San Francisco. Al sonido de una campana y un caracol el obispo episcopal de California inició el servicio:

“Nos hemos reunido aquí al amanecer para expresar nuestro amor y preocupación por todas las aguas vivientes del Valle Central de California y por los búhos, los pájaros, las garzas azules, las aves que emigran, los sauces, los pastos, los nenúfares, el castor, la zorra, la lobina, las anchoas y las mujeres, los niños y los hombres de la gran familia que toma su vida y su sustancia espiritual de esta agua. Hoy, ofrecemos nuestras oraciones por la salud y el espíritu de estos fenómenos de la vida y sus entramados habitats y derechos”.

Poetas, maestros espirituales, músicos y ecologistas participaron en esta ceremonia, la cual concluyó llamadas de ballenas y lobos que emanaban de varias de las esquinas del sistema de sonido de la Catedral. Se proyectaron fotografías de la naturaleza sobre las paredes y los pilares. Gary Zinder y su familia leyeron su “Oración por la Gran Familia” que está basada en una oración de los indígenas Mohawk.

Los celebrantes depositaron agua de todos los ríos de California en la pila bautismal. Ellos se comprometieron a cambiar nuestra sociedad y nuestro ambiente en una “verdadera gran familia” y la asignaron a cada senador de la Unión Americana los derechos de los miembros no humanos de nuestra familia.

Leí la nota con estupor y luego me di cuenta con tristeza que estaba fechada al 17 de octubre de 1971 (no hubo ninguna otra ceremonia ecológica posterior en aquella iglesia, porque algunos miembros influyentes de esa congregación declararon que eso era paganismo). ¿Cuántas especies han sido destruidas desde entonces, cuántas toneladas de suelo se han erosionado, cuántos acuíferos contaminados –mientras hemos fracasado en incorporar la naturaleza a nuestra religión?

El conocimiento de la naturaleza debe anteceder al respeto y al amor por ella. Podremos demandar que la sabiduría ecológica que existe en la creación de Dios sea incorporado en la escuela dominical, en los sermones y en la oración. Podríamos sugerir prácticas tales como plantar árboles en ciertos días sagrados. Podemos mencionar en el boletín de la iglesia algunos asuntos ecológicos cruciales para la comunidad. No hay fin en todo lo que podríamos hacer para afocar la espiritualidad basada en el estar alerta y en la acción para salvar la gran trama de la vida.

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